jueves

En el año de la Fe, mirémonos para crecer (V)


Lo que vivimos:

Eje “moral”

No pocas veces, los no cristianos nos ven a los que queremos transmitir a Jesús, como una suerte de “la voz de la conciencia”, los que decimos cómo hay que vivir, sentenciando desde nuestra moral, las conductas de los otros. Esta actitud moralista, termina marcando nuevamente la diferencia entre “los puros y los impuros”, “los de adentro y los de afuera”, los que nos vamos a salvar por nuestra “moral cristiana” y los que se tienen que convertir urgente haciendo lo que nosotros le decimos. Lejos de seducir a las personas hacia Cristo, las suele atrincherar en su “a mi déjame así que estoy bien”, basados en un “¿y éstos, quién creen que son?”, y tentados a dejar en evidencia nuestra hipocresía, enumerando o imaginando (dependiendo del grado de conocimiento que tengan de nuestras vidas privadas) los errores que, como todo ser humano, cometemos.
Evidentemente, en esta suerte de evangelización mal entendida, influye nuevamente qué imagen de Dios tenemos. Si el Dios en el que creemos, dicta sentencias morales a cumplir y castiga a los que transgreden y premia a los que cumplen, es de entender que el que cumple estas leyes impuestas desde afuera (en este caso por Dios), crea que es más que los demás y desee (aún con buena intención) que los demás actúen como él, para que Dios frene el castigo que les corresponde y los premie por sus méritos. Pero una vez más necesitamos preguntarnos: ¿es éste el Dios en el que creemos? Si la respuesta es no: ¿en qué nos basamos? ¿Por qué hay cristianos que creen que debe ser así? ¿De donde parte la confusión? De nuevo intentaremos, de acuerdo a la intención de este libro, dar respuestas sencillas, con plena conciencia de que es sólo un recorte de lo mucho y profundo que podría decirse. Pero aún así, con la convicción de lo que afirmamos y lo que buscamos con esta propuesta, les compartimos nuestra mirada…

La moral del Antiguo Testamento

Al hablar de la Revelación y la Alianza, comentamos cómo se fue descubriendo a Dios progresivamente en el seno del pueblo de Israel, y cómo se podía expresar la relación con este Yahwéh que quería hacer Alianza con su pueblo. Y recurrieron a un género literario propio de la época (siempre para hablar de Dios, el hombre recurre a su lenguaje humano, pues no tiene otro), los pactos de vasallaje que se ponían por escrito y se leían a los pueblos intervinientes (el victorioso que dominaría, por un lado, y el que perdió la batalla y acepta ser vasallo (súbdito) del otro). Este modo de expresar la Alianza de Dios con su pueblo, era muy primitivo y limitado, pues acota el Amor de Dios a una relación basada en el cumplimiento de leyes, fría y moralista, que refleja a un Dios severo con quien transgrede. Hemos recorrido la progresión de la Revelación (cómo Dios paciente y pedagógicamente se fue “mostrando” de a poco) a lo largo de la Biblia, hemos sacado una conclusión que repetimos como para que no queden dudas: quedarse anclado en los textos antiguos, sin verlos en su contexto histórico, ni ver la plenitud de la Revelación que nos regaló Dios mismo asumiendo la naturaleza humana, es un grave error, teológico, bíblico, y pastoral.
Que quiero decir con todo esto: ¿no sirven más los mandamientos?, ¿no existe acaso una moral cristiana?, ¿cuál es, en todo caso, la moral que el Hijo de Dios nos trajo, llevando lo limitado y antiguo hacia la plenitud? Veamos…

Mandamientos y Bienaventuranzas

La moral cristiana no está basada únicamente en los Mandamientos[1] (válida expresión de la Antigua Ley), sino en las Bienaventuranzas[2]. Pero una expresión no anula a la otra, sino que la complementa, la eleva, le da un sentido nuevo (incluso más exigente), que me impulsa y no me deja quieto en la construcción del Reino. Si en las raíces de la Revelación, el pueblo decía: no hay que hacer a los demás lo que no te gusta que te hagan, en la Ley del Amor será: hay que hacer por el otro lo que te gustaría que hicieran por ti. Los mandamientos son lo que no hay que hacer, y esto sigue siendo válido para todos los tiempos, pues son el piso desde donde arrancamos una moral básica y lógica, pero Jesús me invita a no quedarme en “no hacer el mal”, sino que me impulsa a “hacer el bien”, que no es lo mismo. Una ley me prohíbe lo malo, la otra no la anula, sino que desde ese actuar básico (evitar el mal) me dice que seré “Feliz” (Bienaventurado) si me animo (aún arriesgándome) a hacer el bien. Esto intentó Jesús transmitir desde el pie de un monte (así como Moisés enunció la antigua Ley al pueblo al pie del monte Sinaí), al decir “ustedes oyeron…” citando textos de la Ley antigua, y agregaba “pero yo les digo…” y nos dejó una ley mucho más exigente, pues no me instala en la comodidad del cumplimiento, sino que me llama a la construcción del Reino. Nueva Ley que me convierte, de ser un fiel observante de las prescripciones, a un Testigo del Amor de Dios hacia la humanidad. Para la persona que ama “el amor es la ley suprema de su vida (ley interior, ley del corazón) y a la que subordina toda otra ley (mandamientos,…, tradiciones, costumbres).Pero esto no implica contradicción, en principio, porque todas las leyes brotan del amor… Cuando San Agustín decía –Ama y haz lo que quieras- resumía una moral y no predicaba un laxismo de las ganas”[3]. Por eso Jesús, comienza su discurso (conocido como el “Sermón del monte”) proclamando las Bienaventuranzas y lo finaliza dando la posibilidad de construir sobre la “Roca” que es su Palabra[4]. Más que una enumeración de preceptos, la Moral cristiana es un estilo de vida para el hombre, el que nos propone Jesús de Nazareth, no encerrado en un cumplimiento individual y evasionista, sino en una apertura a Dios y a los demás, por eso “…justamente Jesús fue hombre en su máxima expresión: -Aquí tenéis al Hombre- (Jn. 19,5), el proyecto definitivo y último del “ser hombre”. Con su actitud nos está diciendo que cuanto más nos abrimos a los otros y al Gran Otro, cuanto más libres somos para los otros y para el Gran Otro, más nos convertimos en personas”[5].
Pero aún así, pareciera no dejar de ser algo a cumplir… salvo por un “detalle”: la verdadera motivación de dicho “cumplimiento”. Para entender esto, debemos descubrir que la moral cristiana es una moral de respuesta. Para ello, es imprescindible haber descubierto la Buena noticia. Un Evangelio que toca, transforma y da sentido a nuestras vidas, que nos revela a un Dios que nos ama profunda e incondicionalmente, y por todo esto, provoca en nuestro interior un deseo de responder con amor al Amor. Por eso, la moral cristiana no es un cumplimiento jurídico ante un Dios que me puede castigar o premiar, sino que tiene su motivación más profunda y verdadera en el Amor. Juan Pablo II nos recordará en una de sus encíclicas[6] a San Agustín preguntándose: “¿Es el amor el que nos hace observar los mandamientos, o bien es la observancia de los mandamientos la que hace nacer el amor?”. Y responde: “Pero ¿quién puede dudar de que el amor precede a la observancia? En efecto, quien no ama está sin motivaciones para guardar los mandamientos.[7]
Llevándolo al plano de las opciones personales, podemos agregar que mientras sea una moral impuesta desde afuera (extrínseca), no tendrá consistencia ni generará perseverancia. Es lo que se denomina “moral heterónoma”. En cambio, cuando la moral es respuesta firme, que surge del interior (intrínseca) de un corazón que se reconoce amado, tendrá la entereza de la propia decisión, que expresa un sentido encontrado en el Amor. Es lo que llamamos “moral autónoma”. Será entonces, una opción fundamental.
Pastoralmente, se puede caer en el error de ubicar la liturgia y la moral, antes que la Buena nueva (Evangelio). Por un lado, quedó claro que no puede celebrarse lo que no se conoce, por eso la Liturgia es la celebración de la fe ya descubierta. Por otro, la moral cristiana no surge de la conducta de cada uno que provoca que Dios nos ame, sino que es el Amor primero de Dios que suscita en nuestras vidas, una respuesta humilde, agradecida, comprometida y amorosa.
Volviendo a los cuestionamientos del principio: ¿qué es lo que tenemos que transmitir? No quedan dudas: el Evangelio, y no un conjunto de leyes a cumplir; una Buena Noticia, y no una moral que cargue en los hombros de los demás, cosas que a nosotros se nos suelen caer; un testimonio de amor, con la humildad del que se sabe igual al otro y quiere que juntos experimentemos el amor de Dios y la vocación de construir un mundo mejor; un sentido profundo; una felicidad posible; un Amor eterno… entonces, la moral cristiana brotará de cada corazón amado.



[1] Cfr. Éx, 20,1-17
[2] Cfr. Mt. 5,1-12
[3] BRUNERO, María Alicia. “La moral de los cristianos no es un yugo”. Ediciones Didascalia. 1998. Cap. 15, pág. 203.
[4] Este “Sermón del monte” lo encontramos en el evangelio de Mateo en los capítulos 5, 6 y 7. Cómo Mateo dirige su evangelio a los cristianos provenientes del judaísmo, es programática la comparación entre la antigua ley y la nueva ley que trae Jesús. Si bien se percibe en toda su obra, en estos capítulos es mucho más explícita.
[5] GASTALDI, Ítalo. “El hombre, un misterio”, EDBA, 1996, 2º parte cap. 2 pto. II, 2.2, e
[6] JUAN PABLO II. Veritatis Splendor, Cap. I, pto 17 Ed. San Pablo 1993
[7] SAN AGUSTÍN. In Iohannis Evangelium Tractatus, 82, 3: CCL 36, 533

1 comentario:

Anónimo dijo...

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