Tratando de iluminar la situación con la Buena Nueva
Lo que creemos:
La búsqueda religiosa del hombre
Comenzamos
la sección anterior diciendo que la gente busca respuestas en el más allá.
Esto, en sí mismo no es malo. Podríamos decir que por el contrario, es algo que
permite al hombre encontrarse con Dios. Todo
hombre, en todo tiempo y lugar ha demostrado siempre una búsqueda de respuestas
a sus preguntas existenciales. El último Concilio ha dejado escrito ejemplos
de estos enigmas recónditos de la condición humana: “¿Qué es el hombre?, ¿cuál es el sentido y qué fin tiene nuestra vida?,
¿qué es el bien y el pecado?, ¿cuál es el origen del dolor?, ¿cuál es el camino
para conseguir la verdadera felicidad?, ¿qué es la muerte?...”[1] Todas las culturas,
hasta las más primitivas, han buscado en el más allá (las “fuerzas ocultas”, la
“madre tierra”, los “astros” y otros “dioses” que encarnaron la religiosidad de
los distintos pueblos) esas respuestas que no podían dar los hombres. Es una característica innata de la
condición humana, por eso aparece en todo tiempo y lugar (incluso los
“ateos” se hacen estas preguntas existenciales). Es algo propio (y exclusivo)
del ser humano. Si se la tiene desde el nacimiento, quiere decir que esta característica fue puesta por Dios en
el corazón del hombre para que lo busque a Él. ¿Por qué?, evidentemente porque
Dios quiere que encontremos respuestas a
las preguntas existenciales de las que hablamos antes. ¿Para qué?, para que
al encontrar la verdad, el hombre halle
el sentido de su vida y, por ende, la felicidad. “El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el
hombre ha sido creado por Dios y para Dios, y Dios no cesa de atraer al hombre
hacia sí, y sólo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa
de buscar”[2].
Dicho de
otra manera, esta búsqueda religiosa del
hombre es querida por Dios, porque Él desea nuestra felicidad. Si esta
característica no encuentra al Dios verdadero, tiene el valor de la búsqueda, pero
se quedará en respuestas erróneas, pensamientos mágicos, inquietudes no
resueltas, que derivarán en creencias infantiles. Éstas, a su vez, pueden
generar, tarde o temprano, profundas crisis de fe.
Ahora bien,
si Dios quiere que el hombre busque respuestas, lo lógico es que de algún modo
se las brinde, pues de lo contrario estaríamos ante “un dios sádico”, que nos incita a buscar algo que nunca nos va a
dar… ¿Cómo responde Dios a nuestras preguntas más profundas? ¿Es posible para
el hombre la felicidad?...
La Palabra de Dios como respuesta
Tiempo
atrás, propuse una encuesta a través de un blog para catequistas[3],
ante la pregunta: “¿Por qué creen que la
Palabra de Dios no siempre es recibida como Buena Noticia?” las opciones más
elegidas fueron las siguientes: “Los que
la valoramos no damos buen testimonio” (fue la más votada), le siguió la
opción “Ha sido mal trasmitida”, luego
“Hay mucho desconocimiento”, y otro porcentaje
considera que “Se la toma como un
conjunto de normas morales a cumplir”. Más allá de la relatividad y las
limitaciones que tienen este tipo de indagaciones, es de notar que las
respuestas están dadas por catequistas (o más bien por agentes de pastoral en
general), hecho por el cual se cargan de significatividad, más allá de la
parcialidad de la información obtenida. Creemos
que la respuesta a gran parte de los interrogantes propuestos en al primera
sección del libro, deben surgir de una correcta interpretación de la Palabra de
Dios. A esto nos abocaremos de ahora en más, sin pretender abarcar la
totalidad de posibilidades de abordaje del tema, sino intentando llegar desde
la reflexión de la Buena Nueva hacia la vida de cada uno de los lectores. Lo
haremos a través de algunos “ejes” que nos ayudarán a seguir planteándonos cómo es realmente Dios…
Eje “Revelación”
Unas líneas
más arriba nos preguntábamos si es posible la felicidad para el hombre. Si la
relacionamos con la “alegría constante”
es obvio que es imposible, pues nadie puede estar permanentemente alegre. Pero
si la relacionamos con el sentido que le damos a la vida, es absolutamente
posible. Es decir, podemos estar circunstancialmente alegres o tristes, pero si no perdemos el Sentido de la vida
seremos felices más allá de las lágrimas o las risas eventuales (Jesús
lloró ante la tumba de su amigo, o en Getsemaní, pero nunca dejó de ser feliz,
pues obviamente para Él la vida, e incluso el sacrificio y la muerte por seguir
un ideal, tenían sentido).
Entonces
solo resta saber cómo encontrar el
Sentido de la vida. Pues bien, al hablar de la búsqueda del hombre de la
Verdad, el Sentido y la Felicidad, nos preguntábamos: ¿de qué modo responde
Dios a nuestras preguntas existenciales? Y he
aquí una de las claves esenciales para comprender las Sagradas Escrituras: la
Revelación.
El hombre puede
solo por su razón, y por distintas vías, descubrir que un Ser superior debe existir[4],
pero no tiene manera de saber cómo es ese “Alguien” supremo o qué quiere de
nosotros. Salvo que Él mismo lo quiera revelar. Y Dios quiso revelarle al
hombre el misterio acerca de Sí mismo y de su voluntad[5].
Por algo creó a alguien que, por ser imagen de Él, es capaz de descubrirlo y
amarlo.
Ahora bien,
si nosotros (que somos humanos e imperfectos) sabemos que las cosas se enseñan
de a poco, ¡cuánto más Dios! Si nosotros sabemos que a un niño de 3 años no se
lo instruye de igual modo que a un adolescente de 15, ¡cómo vamos a esperar que
Dios mismo no sepa esta regla pedagógica básica y nos quiera revelar todo de
golpe! Por eso creemos que Dios fue revelándose progresivamente, fue “quitándonos el velo” acerca de su
voluntad, esperando nuestros tiempos, de acuerdo al modo en que el hombre podía
ir entendiendo semejante misterio de Amor. Tomando pacientemente todo el tiempo
que fuera necesario (recordemos que Dios está más allá del tiempo, y que éste
es una creación en función del hombre) para contarnos “cómo es Él y que quiere
de nosotros”. Dejando para el momento culmen de su obra reveladora, hablarnos a
través de su Hijo, mostrándonos de manera plena la verdad sobre Dios y la
verdad sobre el hombre en la misma persona de Jesucristo, verdadero Dios y
Verdadero Hombre. Dice al respecto el autor de la carta a los Hebreos: “Después de haber hablado antiguamente a
nuestros padres por medio de los Profetas, en muchas ocasiones y de diversas
maneras, ahora, en este tiempo final, Dios nos habló por medio de su Hijo, a
quien constituyó heredero de todas las cosas y por quien hizo el mundo”[6]
En la época
del Israel del Antiguo Testamento, la
Revelación fue progresiva, respetando la capacidad gradual del hombre para
ir comprendiéndola. Es por eso que, como citamos en la primera sección,
encontramos muchos textos que hablan del castigo, de la ira, e incluso de la
venganza de Dios. La Toráh (la Ley o el Pentateuco) dice “…porque yo soy el Señor, tu Dios, un Dios celoso, que castigo la
maldad de los padres en los hijos, hasta la tercera y cuarta generación…”[7]. Pero es la misma
Biblia, en el Nuevo Testamento la que dice
“… porque Dios es Amor”[8]. ¿Por qué esta
aparente contradicción dentro de las Sagradas Escrituras? ¿Dios era de un modo
antes y después cambió? Por supuesto que no (pues si cambiara no sería Dios).
Nuestro Señor fue siempre de la misma manera. Es el modo en el que lo fueron
comprendiendo los hombres lo que cambió. La Biblia en sus autores humanos, no
tiene más ciencia que la de la época en que fue escrito cada libro. Cada hagiógrafo
(escritor sagrado) iba volcando en su libro la creencia de Dios en el estado o
etapa en el que se encontraba la Revelación. A través de ellos Dios se fue
revelando progresivamente en el Antiguo Testamento. Pero al llegar Jesús, la Revelación llegó a su plenitud. Ahora sí podemos
saber cómo es Dios y qué quiere de nosotros, pues Él mismo entró en nuestra
historia para contárnoslo. Todo lo que necesitamos para nuestra Salvación, para
que nuestra vida tenga sentido, Dios ya lo ha revelado en Jesucristo. Por eso,
no es lo mismo lo que leemos de Dios en el Antiguo Testamento (cuando la
Revelación era progresiva), que lo que contemplamos en el Nuevo Testamento (donde
la Revelación ha llegado a su plenitud en Jesús). Al descubrir este proceso,
nos quitamos por completo los cuestionamientos que nos generan algunos textos
del Antiguo Testamento, pues si se quiere ver ciertamente “cómo es Dios” habrá
que recurrir al Nuevo. De cualquier modo es edificante ver cómo un Pueblo supo
leer su historia a la luz de Dios. Y cómo Él no se apresuró, sino que
pacientemente fue preparando la venida de su Hijo respetando los tiempos de los
hombres. Es por esto que leemos con pasión los textos del Antiguo Testamento,
aunque la Verdad plena nos llegará en el Nuevo.
Es muy
gráfico para entender este proceso pedagógico progresivo de Dios, el concepto
de pureza e impureza del Antiguo Testamento. No existía, en los tiempos del
Israel bíblico, por razones obvias, los avances en medicina que existen hoy.
Cuando no se tenía explicación acerca del motivo por el cual una persona sufría
determinada enfermedad, se la atribuía a Dios. El razonamiento podemos imaginarlo
así: si Dios es justo, y le está enviando
este sufrimiento a este hombre, es porque sin duda ha pecado, esta “impuro”. Si
ya nació con la enfermedad (por ejemplo una ceguera de nacimiento), entonces
habrán pecado sus ancestros, pues Dios no va a mandar una enfermedad así por
que sí... Esta forma errónea de pensar dividía injustamente a los hombres
entre “impuros” (considerados pecadores castigados y despreciados justamente
por Dios) y los “puros” (por ejemplo los “sanos”, como signo evidente de la
bendición de Dios). Es por este modo equivocado de entender a Dios y al hombre
que aparecen textos del Antiguo Testamento en el que se habla del Dios
castigador y su ley implacable para con los hombres. La Ley dirá, por ejemplo, “La persona afectada de lepra llevará la
ropa desgarrada y los cabellos sueltos; se cubrirá hasta la boca e irá gritando
“¡Impuro, impuro!”. Será impuro mientras dure su afección. Por ser impuro,
vivirá apartado y su morada estará fuera del campamento.”[9]. Es decir que,
además de sufrir la enfermedad, debía sentirse castigado por Dios y humillado
por los hombres. También hay que acotar que nadie podía entrar en contacto con
un impuro, pues se “convertía” en otro impuro.[10] Es
evidente el desprecio, la marginación y la discriminación que generaba en el
pobre enfermo este tipo de leyes (que para los judíos de la época era la máxima
expresión de Dios).
Este proceso
progresivo de Revelación de la verdad por parte de Dios, irá modificando este
modo primitivo e injusto de interpretar la fe. Esta pedagogía paciente de Dios,
se verá más clara aún cuando hablemos más adelante del “eje Alianza”, pero
adelantemos algo... Con la triste experiencia del exilio como trasfondo
histórico[11], la predicación de los
profetas irán acercando los conceptos a lo que tiempo después traería el propio
Jesús. Es así como se empieza a cambiar la idea absurda de que estamos
sufriendo algún castigo por lo que pudieron hacer mis padres, mis abuelos, etc.
Se comienza a hablar de la responsabilidad individual de nuestros actos.
Jeremías, por ejemplo, desmiente un
refrán popular que metafóricamente demuestra el concepto erróneo de ser víctimas
de faltas que cometieron otros: “En
aquellos días no se dirá más: Los padres comieron uva verde y los hijos sufren
la dentera”[12].
Ezequiel por su lado reafirma lo dicho por Jeremías “Ustedes preguntarán: “¿por qué el hijo no carga con las culpas de su
padre?”. Porque el hijo practicó el derecho y la justicia, observó todos mis
preceptos y los puso en práctica, por eso vivirá”[13]. Pero además de
remarcar la responsabilidad individual, van mostrando la imagen de un Dios que
no quiere la muerte del pecador sino su conversión: “Pero si el malvado se convierte de todos los pecados que ha cometido…
seguramente vivirá… ¿Acaso deseo yo la muerte de pecador –dice el Señor- y no
que se convierta de su mala conducta y viva?”[14]; un Dios
dispuesto al perdón: “Porque yo habré
perdonado su iniquidad y no me acordaré más de su pecado”[15]
Aunque la
novedad absoluta la transmitió Dios mismo encarnándose en nuestra historia.
Jesús nos trajo la plenitud de la Revelación. Nos muestra a un Dios que es (como
ya he nombrado) como un Padre que está esperando en la puerta la vuelta del
hijo que se alejó[16].
Un Dios que, para defender al “impuro” del juicio de los supuestos “puros”, dice
que “el que esté libre de pecado que tire
la primera piedra”[17]. Que
nos libera de pensar que solo sufren los malos[18],
pues la naturaleza y la historia no está determinada por Dios sino que tiene su
propia autonomía.[19]
Jesús nos trae la imagen de un Dios que nos urge a la conversión, que no quiere
el pecado, que impulsa a luchar contra las injusticias, pero que también es
capaz de dar la vida por sus amigos. El Dios que nos muestra Cristo no nos
evita mágicamente el sufrimiento y la muerte[20],
pues de ese modo no seríamos libres, pero le da a ambos un sentido salvífico y
único, a través de su pasión, muerte y resurrección.
Volviendo al
ejemplo anterior de las leyes de impureza presentes en la Toráh, podemos ver
claramente cómo Jesús rompe con las estructuras caducas y las mentalidades
cerradas casi sin emitir palabra. En el evangelio de Marcos[21], nos
encontramos con un leproso que sin haber advertido a los demás su presencia con
el grito “¡impuro, impuro!” que le
imponía la ley, apareció imprevistamente al lado de Jesús y de los que siempre
lo rodeaban. Quebrantó una ley injusta, pues sintió que era la oportunidad de
su vida. Pero lo curioso está dado por la actitud del Maestro. Los que estaban
con Él se habrán escandalizado al ver que Jesús no condenaba a este impuro por su actitud, sino que, por el
contrario, entraba en diálogo con él. Y ante el pedido confiado de sentirse puro, Jesús lo cura, pero lo hace tocándolo a la vista de todos. Lo
prohibido por la “ley de Dios” (tocar a un impuro, pues si lo hacías te
convertías en uno de ellos), era permitido y deseado por el enviado del mismo
Dios. Evidentemente, no hay ingenuidad en el accionar de Cristo, con un solo
gesto está cambiando una visión distorsionada de Dios, que influía
negativamente en el modo de vivir la fe del pueblo. Y éste es sólo uno de los
tantos ejemplos que se pueden dar.
Jesús llevó
la Revelación a su plenitud. Todo lo que necesitamos para nuestra salvación ya
fue revelado. Por supuesto que siempre habrá misterios, pues Dios es
inabarcable, por esto San Pablo dirá: “Ahora
vemos como en un espejo, confusamente, después veremos cara a cara.”, pero
no quedan dudas sobre cuál es el camino para alcanzar el sentido de la vida, y
por ende la felicidad, pues Jesús mismo es “…el
Camino, la Verdad y la Vida”[22]
El de la
Iglesia, es el tiempo (nuestro tiempo), de la comprensión progresiva de la Revelación que ya fue dada en plenitud
por el Hijo de Dios. El Espíritu Santo nos asiste para comprenderla, aplicarla
a la realidad que nos toca vivir, prestando atención a los signos de los tiempos.
Por ejemplo: Jesús no habló de la adicción a la cocaína, ni del calentamiento
global o el capitalismo salvaje, pues no existían en el tiempo de su
predicación, sin embargo, como Iglesia debemos dar respuesta a las nuevas
situaciones que se van dando en el devenir histórico concreto. Tampoco hay una
enumeración de las dificultades concretas que cada uno de nosotros debe
enfrentar en la vida, con las consiguientes recetas para las soluciones. Pero
es partiendo desde la Revelación que nos preguntamos: ¿Qué haría Cristo en
nuestro lugar? Tamaña responsabilidad hay que vivirla con muchísima prudencia y
humildad, sabiendo discernir muy bien lo que es voluntad humana y Voluntad
divina, no pretendiendo interpretaciones o “iluminaciones” individuales, sino
buscando siempre la reflexión en comunidad, pues la Iglesia lo es
esencialmente.
Por eso,
nunca debemos separar la fe de la vida concreta, pues Cristo nunca lo hizo, y
me quedo con una frase de Monseñor Angelelli “Hay que tener un oído en el pueblo y el otro en el Evangelio”…[23]
[3] www.somoscatequistas.blogspot.com
[4] Cfr. Rom. 1,19-20; Sab. 13,1-9
[6] Hb. 1,1-2
[7] Éx. 20,5
[11] Ante la
muerte de Salomón (-933), el pueblo elegido se dividió en: Reino de Israel al
norte (con capital en Samaria) y Reino de Judá al sur (con capital en
Jerusalén). El Reino del Norte cayó en manos de los asirios en el -722 y el del
sur sufrió un asedio de parte de los babilonios desde el -598 y cayó
definitivamente en el -586. Muchos fueron deportados a Babilonia y la dolorosa
experiencia del exilio duró hasta que los persas dominan e invaden los
territorios, y Ciro, mediante un edicto, permite el retorno de los exiliados
(-538).
[18] Cfr. Lc. 13,4
[19] III CONFERENCIA GENERAL DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO “Documento de Puebla” Nº 308
[23] Enrique
Angelelli, Obispo argentino, nacido en 1923 y asesinado en 1976 por ser fiel a
sus convicciones.
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