Eje “Alianza”
La
Revelación de la que hablamos, no tiene
un objetivo divino emparentado sólo con el conocimiento de respuestas a
preguntas existenciales, sino que apunta a llevar a los hombres a una comunión
con Él. A éste llamado de Dios a relacionarse de modo íntimo con Él, la
Biblia la llama: Alianza. Dios le muestra al hombre a través de los tiempos
cómo es Él y cuál es su voluntad para que sea posible un pacto de amistad, una
comunión amorosa que lleve al hombre a la felicidad. Es decir que así como la Revelación se puede relacionar con la
Verdad, la Alianza está sostenida por el Amor. La primera, tiene su sentido
dirigido hacia la segunda. La Verdad revelada está en función de una comunión
de Amor.
Pero ¿cómo
está expresada esta Alianza en la Biblia? ¿Cómo se ve la progresión de la
Revelación de la que hablamos anteriormente en el concepto “Alianza”? Y
volviendo a objetivo central de este libro: ¿Cómo es “este Dios” que quiere
hacer alianza con el hombre?
El Pueblo de
Israel, a través de los acontecimientos vividos, llegó a esta certeza. Dios
quiere hacer un pacto (berit en
hebreo) con ellos. Llegan a esté convencimiento (el de un Dios que los salva y
hace alianza con ellos) antes incluso a que lo descubran como “creador”. Para
definir esta realidad trascendente (y por ende difícil de poner en palabras
humanas), parten de las alianzas que conocen entre los hombres (acuerdos entre
países hermanos[1], pactos de paz[2],
de amistad[3],
matrimoniales[4], etc.)[5].
Pero en todos estos casos, eran pactos entre iguales; y el de Dios y los
hombres (que era el pacto que el pueblo quería expresar) evidentemente era
entre partes desiguales. Quizá por este motivo, al narrar por escrito la
alianza del Sinaí, se utilizó una forma literaria propia de los pactos humanos
de “vasallaje”. Muy conocidos para los pueblos que sufrían en esa época
numerosas guerras, invasiones y enfrentamientos entre sí. El rey vencedor
(representando a su pueblo) ofrecía un pacto al rey vencido en lugar de la
aniquilación total (o el pacto era pedido por el rey vencido ante la certeza de
la inminente derrota). Cuando estas alianzas de vasallaje se ponían por
escrito, tenían un orden y estilo literario que es el mismo que utilizó el
pueblo de Israel para expresar la alianza del Sinaí[6].
Evidentemente que la relación entre Dios y su pueblo no era lo mismo que la de
un pueblo que domina a otro. Pero los escritores sagrados encontraron en el
estilo de los pactos de vasallaje, un modo de relatar algo que supera nuestra
posibilidad de explicación con palabras humanas: ¡el Dios Todopoderoso poniéndose a nuestra altura para invitarnos a pactar
con Él!
La Alianza
del Sinaí, como complemento y culminación de la Pascua judía (la liberación del
pueblo de la esclavitud egipcia) representa una realidad profunda y
maravillosa, como su fórmula lo indica “Yo
seré vuestro Dios y ustedes serán mi pueblo”[7] Un
llamado a la comunión y a la intimidad que movió los corazones y motivó la
fidelidad absoluta al Dios que salva. Pero al estar expresado en términos jurídicos
(siguiendo el estilo de los pactos de vasallaje) tenía sus límites y peligros:
que se caiga en una relación con Dios de mero cumplimiento, que se actúe por
miedo a un castigo (maldición) o a la espera de una recompensa (bendición), que
el pueblo judío crea que Dios y su acción salvadora es sólo para ellos
(“exclusivismo”), que se piense que la salvación personal depende de nuestras
acciones (no es Dios el que me salva sino uno mismo al cumplir con La Ley), que
se divida a la gente entre los “benditos” y los “malditos” (con la consiguiente
soberbia de algunos y la marginación de otros), y podríamos seguir citando… A
esta altura y haciendo un paréntesis en el relato para volver a nuestros días,
debiéramos preguntarnos: ¿Es ésta la máxima expresión de Dios en la Biblia? ¿Es
este modo jurídico de relacionarnos con Dios, el que debe imperar hoy en
nosotros?
Evidentemente,
esta alianza no implicaba lo definitivo, era parcial y preparatoria para una
nueva y plena (recordar lo dicho sobre la Revelación progresiva en el Antiguo Testamento),
y los que percibieron esto fueron los profetas. Es así como la alianza entre
Dios y su pueblo, en boca de los profetas se fue cargando de afectividad, perdiendo
progresivamente su carácter jurídico y acercándose mucho a lo que Jesús nos
mostraría. Sería largo enumerar todas las imágenes que nos regalan los profetas
en textos hermosos. Aquí van algunas de ellas, a modo de ejemplo (y los invito
a leer los textos citados para captar la belleza de lo expresado): Dios es como
una Madre que no abandona[8], Dios
es el Pastor y el pueblo su rebaño[9],
Él es como un Padre que alza cariñosamente a su niño y lo pone contra su
mejilla[10],
como un esposo fiel que perdona la infidelidad de su esposa[11],
y la lista podría seguir…
A su vez, el
pueblo fue percibiendo (de modo especial como ya hemos dicho a través de los
profetas en torno al doloroso exilio en Babilonia), que ante la infidelidad del
pueblo la Alianza del Sinaí no alcanzaba para liberar al pueblo de su pecado,
pero Dios sigue siendo fiel. Basados en la certeza de esta fidelidad divina,
comienzan a anunciar una Nueva Alianza, de la cual la del Sinaí sólo fue una
preparación. La “Ley” de esta Nueva y misteriosa Alianza estará dentro de cada
uno, escrita por Dios en cada corazón, todos conocerán plenamente a Dios, que
habrá perdonado a los hombres, de una vez y para siempre[12]. A
través de esta Nueva Alianza, Dios nos purificará de tal modo que “nos
arrancará el corazón de piedra y nos pondrá uno de carne”, infundirá su propio
Espíritu en nosotros, y como muestra de su fidelidad (a pesar de la infidelidad
del pueblo a la alianza del Sinaí), repetirá la frase ya nombrada
anteriormente, que cual dulce letanía acompañó siempre la propuesta de la
Alianza “Ustedes serán mi Pueblo y Yo
seré su Dios”[13].
También es
de notar que, a las profecías mesiánicas, que daban cuenta de que el Ungido[14]
sería un Rey descendiente de David[15],
se le agrega un matiz absolutamente novedoso, a través de un personaje misterioso, un Siervo sufriente, un
Servidor de Yahwéh[16]. Cuatro
poemas o cánticos del “déutero-Isaías”[17]
nos dejan este anuncio maravilloso que anticipa notablemente la pasión, muerte
y resurrección de Jesús. Más allá de la intención del autor en el momento
histórico[18], los apóstoles aplicaron,
cinco siglos después, estos textos a Jesús mismo[19].
El Salvador, no lo sería sólo para Israel: se proclama la universalidad de la
salvación. Por otro lado, sin dejar de ser un Rey victorioso, su triunfo pasará
por un juicio injusto, las torturas, el sufrimiento... Se lo consideraba
castigado por Dios, cuando en realidad, por sus heridas éramos sanados. Será
hundido en el polvo de la muerte, pero verá la Luz[20].
Uno que ya
conoce la Alianza nueva y eterna que trajo Jesús, podría pensar que habría sido
muy difícil para el pueblo judío de hace 2000 años atrás, pasar de golpe de una
alianza de cumplimiento a una de amor cómo la que predicó Jesús. Pero dijimos
que Dios se fue revelando progresivamente, y esa paciente pedagogía divina fue
preparando al pueblo, acercándolo, a través de los profetas, a lo que Cristo
traería. Sin embargo, gran parte del pueblo se aferró más al aspecto legal de
la antigua alianza que a lo que los profetas predicaron. Y esto es palpable en
los relatos evangélicos, tanto en el esfuerzo de Jesús por quebrar estas
estructuras caducas e injustas, como en la dificultad de muchos en aceptar un
mensaje que requiere un cambio de mirada hacia Dios y su relación para con
nosotros.
Para
entender la profundidad de la Nueva Alianza, habría que leer y comprender cada
versículo de los evangelios, y aún así no llegaríamos a captar toda su hondura,
pues Dios es inabarcable para nuestra capacidad humana. Uno supone que los
lectores de este libro, conocen, en buena parte al menos, los relatos de los
cuatro evangelios, pero de no ser así, los invito a leerlos y “gustarlos”, pues
ellos les otorgarán por sí mismos mucha más luz que la que pueda aportar este
humilde escritor (que lo único que hace es basarse en ellos).
Pero si bien
es imposible en esta obra analizar en profundidad los mismos, podemos sacar
algunas conclusiones tomando en cuenta el sello de la Nueva Alianza que Jesús
formula la noche anterior a su muerte y realiza decididamente el día siguiente
en la cruz[21].
El evangelio
de Marcos[22] nos relata la última cena
de Jesús con sus discípulos, en la cual, el Maestro realiza el enigmático signo
de bendecir, partir y repartir el pan diciendo que es su Cuerpo, y lo mismo con
la copa de vino, dando gracias y entregándola para que todos beban de ella
diciendo que es su Sangre. Hasta aquí sus palabras resultarían absolutamente
inentendibles, más allá de la utilización de signos ya conocidos por los judíos
en el contexto de la Pascua[23], pero
deja una pista clave para la comprensión: “Sangre
de la Alianza, que se derrama por muchos”[24]. Es decir, este
gesto de Jesús es la síntesis de todo lo que dijo e hizo en los años
anteriores, es la conclusión de lo anunciado, lo que vino a traer: una Nueva Alianza.
La misma será sellada con una Sangre que será derramada por muchos, hecho que
ocurriría sólo unas horas más tarde…
En el texto
paralelo del Evangelio de Mateo[25]
vemos que se agrega al relato anterior que la sangre derramada por muchos es
para el perdón de los pecados.
En Lucas[26]
Jesús explicita que el Cuerpo que está invitando a comer, será entregado,
volviendo a unir este gesto sacramental con lo ocurriría al día siguiente en su
pasión. También lo instituye como memorial, pidiendo que se haga en memoria
suya. Por último, hay un detalle no menor: el “para muchos” se hace más personalizado, convirtiéndose, en un
directo y cercano “por vosotros”.
Juan no
cuenta este hecho de la última cena (cuenta otros también importantes y
significativos como el “lavatorio de los pies” o “el mandamiento del Amor”
entre otros[27]), pero el que hace
mención también de este momento es Pablo en la Primera carta a los Corintios[28].
Él explicita lo ya dicho con anterioridad, Jesús con su Sangre derramada “sella”
la Nueva Alianza, que será proclamada cada vez que se realice este Memorial
hasta que Él vuelva.
A esta
altura, queda claro que en el “por
vosotros” estaba cada uno de nosotros, la Nueva Alianza es de Dios hacia
mí, es un Pacto de amistad propuesto por alguien que nos deja un testamento[29],
nos convierte en herederos de su Perdón, de su Gracia, de su Amor hasta el extremo.
Lo realizado por Jesús en la última cena, no es un rito con un contenido
conceptual a aprender, implica una acción concreta que será llevada a cabo al
día siguiente. Un Dios, que no sólo me llama amigo, sino que da la vida por mí[30]. Un Dios que se hace garante de la Alianza
pues conoce mis infidelidades y la sella con su propia Sangre, por seguir fiel
a su misión hasta el final. Un Dios que hace que mi corazón rebalse de Amor. Un
Amor que no me puedo guardar, y si entendí todo lo que Jesús dijo e hizo hace
dos milenios atrás, el mejor modo de retribuírselo es amando a los demás…
La reflexión
apostólica del primer siglo profundizará el conocimiento de la Nueva Alianza[31],
crecerá la certeza de la universalidad de la Salvación, siendo depositario (heredamos, custodiamos y transmitimos
algo que no es de nuestra autoría, ni nos pertenece con exclusividad) de la
misma el nuevo Pueblo de Dios[32].
Somos un Pueblo que no se proclama a sí mismo, sino que predica el Reino. Un
Pueblo libre, por la ley del Espíritu[33],
que nos hace llamar a Dios “Abba” es decir “Papá”[34],
pues somos hijos de Dios y sus herederos, coherederos con Cristo[35]. ¡Enorme
muestra de su Amor!, y con la promesa de llegar a ser, cuando se manifieste
nuevamente, semejantes a Él, pues lo veremos tal cual es[36].
Somos la
continuación de Cristo en la historia, para proclamar al mundo esta Alianza de
Amor. Si por el contrario, proclamamos la Antigua Alianza (sólo mandamientos,
Dios castigador, relación de cumplimiento con Él, buscando los premios y
evitando los castigos, salvación por acumulación de méritos y no por gracia de
Dios, separar el mundo en “los de adentro y los de afuera” es decir “los puros
y los impuros”, discurso moralizante con ausencia de la Buena noticia, etc.)
estaremos lejos de la hermosa vocación que Jesús le dio a su Iglesia[37].
En cambio, si nos convertimos testigos de su Evangelio, seremos profetas
del sentido profundo que tiene la humanidad en Cristo, un Sentido que
el mundo en general busca ardientemente aún sin saberlo. Sólo así, seremos, como
dice el libro de Apocalipsis, una “ciudad santa”, una “novia embellecida para
recibir a su Esposo”[38] y
podremos “oír desde el cielo” “Ésta es la
morada de Dios entre los hombres, Él habitará con ellos, ellos serán su pueblo,
el mismo Dios estará con ellos. Él secará todas sus lágrimas, y no habrá más
muerte, ni pena, ni queja, no dolor, porque lo de antes pasó”[39]. Y aquella
antigua fórmula de la Alianza, que recorre transversalmente toda la Biblia “Yo
seré su Dios, ustedes serán mi Pueblo” llegará a su máxima expresión, cargando
de Amor y sentido cada una de nuestras vidas: “Ésta será la herencia del vencedor: Yo seré Dios para él y él será hijo para mí”.
[1] Cfr. Am. 1,9
[2] Cfr. Gén.
14,13; 21,22ss; 1 Re. 5,26; 15,19; entre otros.
[5] Para profundizar el
recorrido bíblico de la alianza, sugiero consultar LEÓN-DUFOUR X. Vocabulario
de Teología bíblica. Biblioteca Herder. Artículo “Alianza” pág. 59
[6] Estos pactos generalmente
comenzaban con una “presentación del rey vencedor” y un “recuerdo de favores
pasados” (Cfr. Éx. 20,2), continuaban con una serie de “cláusulas o normas” a
cumplir, entre las cuales no debían faltar “el respeto y las lealtades al rey
vencedor” (Cfr. Éx. 20,3-17), se “comunicaba al pueblo y éstos se comprometían”
a viva voz a cumplir con lo pactado (Cfr. Éx. 24,3), se “ponía por escrito”, se
realizaba un “ritual” y se erigía un “memorial” (Cfr. Éx. 24,4-8). También se escribían
las “maldiciones” para el que no cumpliese y las “bendiciones” para el que
respete la alianza (Cfr. Deut. 27, 14ss; Lev. 26,3ss.); y las “listas de los
dioses” de ambos pueblos, como garantes de dichas maldiciones y bendiciones
(esto obviamente no aparece en el relato bíblico pues es el único Dios
verdadero el que se hace garante de la Alianza y su cumplimiento).
[15] 2 Sam. 7,12-17; Ez. 34,23-24; Is. 7,13-14; Is. 9,1-6; Is. 55,3; Miq. 5,1-3;
Sal. 89(88),20-38, entre otras.
[16] Yahwéh (“YHWH” en hebreo antiguo, idioma en el cual fue escrito
casi todo el Antiguo Testamento) era el nombre dado a Dios por el Pueblo, basándose en el 3º
capítulo del libro del Éxodo.
[17] Los
estudios bíblicos actuales dan cuenta de que el “Libro de Isaías” en realidad
es la recopilación de 3 obras distintas: una anterior al destierro en
Babilonia, otra durante el mismo y otra posterior. El llamado “déutero-Isaías”
(déutero = segundo) está ubicado en el centro del libro tal cual hoy lo tenemos
y abarca los capítulos 40-55. Es entonces en el contexto del Exilio que aparece
anunciado el personaje en cuestión: el Servidor del Señor.
[18] Se
sigue analizando si el autor pretendía hablar de sí mismo, o de algún otro,
aunque también es muy aceptada la opción de que esté refiriéndose al pueblo
elegido personificado.
[19] Cfr. Mt. 12,15-21; Hech. 3,26;
Hech. 4,27-28; Hech. 26,23; 1 Pe. 2,22-25; Flp. 2,6-11
[22] Marcos
fue el primero en poner por escrito el Evangelio, más allá de que aparezca
ubicado en segundo lugar en el orden de los Libros sagrados del Nuevo
Testamento. Para muchos, Mateo y Lucas se habrían inspirado en él (junto con
otra fuente perdida denominada “Q” y fuentes propias), para elaborar sus
posteriores obras.
[23] La utilización de los panes ácimos (sin levadura) y la sangre del cordero (u otro animal
de ganado) sacrificado, tienen sus raíces en los orígenes del pueblo aún antes
de la celebración de la Pascua judía, pero es sin dudas en ésta, en la que
logran un valor simbólico indeleble.
[24] Mc.14,22-24
[25] Mt. 26,26-29
[26] Lc. 22,19-20
[27] Cfr. Jn. 13,1-17,26
[29] El
Nuevo Testamento fue escrito en griego (el Antiguo en su mayoría en hebreo), el
término hebreo para designar la Alianza en el Antiguo Testamento como ya
dijimos es “berit”, en el Nuevo el vocablo griego utilizado es “diatheke” que
si bien sigue significando un pacto o alianza, implica a alguien que dispone de
sus bienes, es decir algo que es dejado en herencia, un “testamento”.
[31] O la
comprensión progresiva de la Revelación ya dada, con la asistencia del Espíritu
Santo (según donde situemos el término de la Revelación pública, que para la
Iglesia es con la muerte del último de los Apóstoles).
[32] Cfr. 1Pe. 2,1-10
[33] Cfr. Rom. 8,1-2
[34] Cfr. Rom. 8,15
[35] Cfr. Rom. 8,16-17
[36] Cfr. 1 Jn. 3,1-2
[37] Cfr. Heb. 8,6-7
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