Lo que vivimos:
Eje “moral”
No pocas
veces, los no cristianos nos ven a los que queremos transmitir a Jesús, como
una suerte de “la voz de la conciencia”, los que decimos cómo hay que vivir,
sentenciando desde nuestra moral, las conductas de los otros. Esta actitud
moralista, termina marcando nuevamente la diferencia entre “los puros y los impuros”,
“los de adentro y los de afuera”, los que nos vamos a salvar por nuestra “moral
cristiana” y los que se tienen que convertir urgente haciendo lo que nosotros
le decimos. Lejos de seducir a las personas hacia Cristo, las suele atrincherar
en su “a mi déjame así que estoy bien”,
basados en un “¿y éstos, quién creen que
son?”, y tentados a dejar en evidencia nuestra hipocresía, enumerando o
imaginando (dependiendo del grado de conocimiento que tengan de nuestras vidas
privadas) los errores que, como todo ser humano, cometemos.
Evidentemente,
en esta suerte de evangelización mal entendida, influye nuevamente qué imagen
de Dios tenemos. Si el Dios en el que creemos, dicta sentencias morales a
cumplir y castiga a los que transgreden y premia a los que cumplen, es de
entender que el que cumple estas leyes impuestas desde afuera (en este caso por
Dios), crea que es más que los demás y desee (aún con buena intención) que los
demás actúen como él, para que Dios frene el castigo que les corresponde y los
premie por sus méritos. Pero una vez más necesitamos preguntarnos: ¿es éste el
Dios en el que creemos? Si la respuesta es no: ¿en qué nos basamos? ¿Por qué
hay cristianos que creen que debe ser así? ¿De donde parte la confusión? De
nuevo intentaremos, de acuerdo a la intención de este libro, dar respuestas
sencillas, con plena conciencia de que es sólo un recorte de lo mucho y
profundo que podría decirse. Pero aún así, con la convicción de lo que
afirmamos y lo que buscamos con esta propuesta, les compartimos nuestra mirada…
La moral del
Antiguo Testamento
Al hablar de
la Revelación y la Alianza, comentamos cómo se fue descubriendo a Dios
progresivamente en el seno del pueblo de Israel, y cómo se podía expresar la
relación con este Yahwéh que quería hacer Alianza con su pueblo. Y recurrieron
a un género literario propio de la época (siempre para hablar de Dios, el
hombre recurre a su lenguaje humano, pues no tiene otro), los pactos de vasallaje que se ponían por
escrito y se leían a los pueblos intervinientes (el victorioso que dominaría,
por un lado, y el que perdió la batalla y acepta ser vasallo (súbdito) del otro).
Este modo de expresar la Alianza de Dios con su pueblo, era muy primitivo y
limitado, pues acota el Amor de Dios a una relación basada en el cumplimiento
de leyes, fría y moralista, que refleja a un Dios severo con quien transgrede.
Hemos recorrido la progresión de la Revelación (cómo Dios paciente y pedagógicamente
se fue “mostrando” de a poco) a lo largo de la Biblia, hemos sacado una
conclusión que repetimos como para que no queden dudas: quedarse anclado en los textos antiguos, sin verlos en su contexto
histórico, ni ver la plenitud de la Revelación que nos regaló Dios mismo
asumiendo la naturaleza humana, es un grave error, teológico, bíblico, y pastoral.
Que quiero
decir con todo esto: ¿no sirven más los mandamientos?, ¿no existe acaso una
moral cristiana?, ¿cuál es, en todo caso, la moral que el Hijo de Dios nos
trajo, llevando lo limitado y antiguo hacia la plenitud? Veamos…
Mandamientos
y Bienaventuranzas
La moral
cristiana no está basada únicamente en los Mandamientos[1]
(válida expresión de la Antigua Ley), sino en las Bienaventuranzas[2].
Pero una expresión no anula a la otra, sino que la complementa, la eleva, le da
un sentido nuevo (incluso más exigente), que me impulsa y no me deja quieto en
la construcción del Reino. Si en las raíces de la Revelación, el pueblo decía: no
hay que hacer a los demás lo que
no te gusta que te hagan, en la Ley del Amor será: hay que hacer por el otro lo que te gustaría que hicieran
por ti. Los mandamientos son lo que no
hay que hacer, y esto sigue siendo válido para todos los tiempos, pues son
el piso desde donde arrancamos una moral básica y lógica, pero Jesús me invita
a no quedarme en “no hacer el mal”, sino que me impulsa a “hacer el bien”, que
no es lo mismo. Una ley me prohíbe lo malo, la otra no la anula, sino que desde
ese actuar básico (evitar el mal) me dice que seré “Feliz” (Bienaventurado) si me
animo (aún arriesgándome) a hacer el bien. Esto intentó Jesús transmitir desde
el pie de un monte (así como Moisés enunció la antigua Ley al pueblo al pie del
monte Sinaí), al decir “ustedes oyeron…”
citando textos de la Ley antigua, y agregaba “pero yo les digo…” y nos dejó una ley mucho más exigente, pues no
me instala en la comodidad del cumplimiento, sino que me llama a la
construcción del Reino. Nueva Ley que me convierte, de ser un fiel observante
de las prescripciones, a un Testigo del Amor de Dios hacia la humanidad. Para
la persona que ama “el amor es la ley
suprema de su vida (ley interior, ley del corazón) y a la que subordina toda
otra ley (mandamientos,…, tradiciones, costumbres).Pero esto no implica
contradicción, en principio, porque todas las leyes brotan del amor… Cuando San
Agustín decía –Ama y haz lo que quieras- resumía una moral y no predicaba un
laxismo de las ganas”[3]. Por eso Jesús,
comienza su discurso (conocido como el “Sermón del monte”) proclamando las
Bienaventuranzas y lo finaliza dando la posibilidad de construir sobre la
“Roca” que es su Palabra[4].
Más que una enumeración de preceptos, la Moral cristiana es un estilo de vida
para el hombre, el que nos propone Jesús de Nazareth, no encerrado en un
cumplimiento individual y evasionista, sino en una apertura a Dios y a los
demás, por eso “…justamente Jesús fue
hombre en su máxima expresión: -Aquí tenéis al Hombre- (Jn. 19,5), el proyecto
definitivo y último del “ser hombre”. Con su actitud nos está diciendo que
cuanto más nos abrimos a los otros y al Gran Otro, cuanto más libres somos para
los otros y para el Gran Otro, más nos convertimos en personas”[5].
Pero aún así,
pareciera no dejar de ser algo a cumplir… salvo por un “detalle”: la verdadera
motivación de dicho “cumplimiento”. Para entender esto, debemos descubrir que la
moral cristiana es una moral de respuesta. Para ello, es imprescindible haber
descubierto la Buena noticia. Un Evangelio que toca, transforma y da sentido a
nuestras vidas, que nos revela a un Dios que nos ama profunda e
incondicionalmente, y por todo esto, provoca en nuestro interior un deseo de
responder con amor al Amor. Por eso, la moral cristiana no es un cumplimiento
jurídico ante un Dios que me puede castigar o premiar, sino que tiene su
motivación más profunda y verdadera en el Amor. Juan Pablo II nos recordará en
una de sus encíclicas[6] a
San Agustín preguntándose: “¿Es el amor
el que nos hace observar los mandamientos, o bien es la observancia de los
mandamientos la que hace nacer el amor?”. Y responde: “Pero ¿quién puede dudar de que el amor precede a la observancia? En
efecto, quien no ama está sin
motivaciones para guardar los mandamientos”.[7]
Llevándolo
al plano de las opciones personales, podemos agregar que mientras sea una moral
impuesta desde afuera (extrínseca), no tendrá consistencia ni generará perseverancia.
Es lo que se denomina “moral heterónoma”. En cambio, cuando la moral es
respuesta firme, que surge del interior (intrínseca) de un corazón que se
reconoce amado, tendrá la entereza de la propia decisión, que expresa un
sentido encontrado en el Amor. Es lo que llamamos “moral autónoma”. Será
entonces, una opción fundamental.
Pastoralmente,
se puede caer en el error de ubicar la liturgia y la moral, antes que la Buena
nueva (Evangelio). Por un lado, quedó claro que no puede celebrarse lo que no
se conoce, por eso la Liturgia es la celebración de la fe ya descubierta. Por
otro, la moral cristiana no surge de la conducta de cada uno que provoca que
Dios nos ame, sino que es el Amor primero de Dios que suscita en nuestras
vidas, una respuesta humilde, agradecida, comprometida y amorosa.
Volviendo a
los cuestionamientos del principio: ¿qué
es lo que tenemos que transmitir? No quedan dudas: el Evangelio, y no un conjunto de leyes a cumplir; una Buena Noticia, y no una moral que
cargue en los hombros de los demás, cosas que a nosotros se nos suelen caer; un testimonio de amor, con la humildad
del que se sabe igual al otro y quiere que juntos experimentemos el amor de Dios
y la vocación de construir un mundo mejor; un
sentido profundo; una felicidad
posible; un Amor eterno…
entonces, la moral cristiana brotará de
cada corazón amado.
[3] BRUNERO,
María Alicia. “La moral de los cristianos
no es un yugo”. Ediciones Didascalia. 1998. Cap. 15, pág. 203.
[4] Este “Sermón del monte” lo encontramos en el evangelio de Mateo en
los capítulos 5, 6 y 7. Cómo Mateo dirige su evangelio a los cristianos
provenientes del judaísmo, es programática la comparación entre la antigua ley
y la nueva ley que trae Jesús. Si bien se percibe en toda su obra, en estos
capítulos es mucho más explícita.