"Antes de haberte formado Yo en el seno materno, te conocía, y antes de que nacieras te tenía consagrado". (Jr.1,5)
Efectivamente, su flamante embarazo fue comprobado mediante un análisis. Con el resultado en mano, fue rapidísimo a compartir su alegría con una prima; estaba tan contenta que cantaba de felicidad. El médico, dados los antecedentes, quiso hacer un estudio genético, a lo cual Marina y su marido accedieron. Cuando estuvo el resultado, ella sintió como que una espada le atravesaba el corazón: el niño nacería con Síndrome de Down...
Luego del estupor y el desconcierto inicial, el doctor sutilmente sugirió la posibilidad de provocar un aborto. Marina estaba obnubilada, una catarata de ideas pasaban por su mente. Era un momento crucial, la decisión sería suya, y se sentía confundida. Tuvo un par de días para pensarlo, y en ese lapso, tanto el médico como algunas amigas, le decían que hoy en día el aborto es normal y en muchos países es legal. Pero a la vez, su esposo "veía en sueños" al bebé en sus brazos, y su prima le decía que el Señor estaba con ella y que la ayudaría. Marina sabía que ese ser que llevaba en el vientre, ya era persona desde que fue concebido y su existencia dependía de ella. Llamó con decisión al doctor y le dijo que no abortaría...Acababa de decir un gran "sí", un sí a la vida...
Decidieron llamarlo Cristian, (pues ya sabían por el estudio que sería varón), y entre alegrías y temores fue transcurriendo el embarazo.
Un veinticinco de diciembre nació Cristian, y Marina tuvo que brindar con sus familiares en la clínica. Al tener el bebé en brazos, sentía como que Dios le decía al corazón, que no tema, pues le traía una gran alegría.
Y así fue, con el correr de los años, Cristian solo regalaba amor, en cada abrazo, en cada sonrisa, en cada gesto. Sus padres fueron dándose cuenta, que tenía una gran capacidad para algunas cosas y no las tenía para otras (al igual que cualquiera de nosotros, pues todos tenemos alguna "discapacidad"), y Cristian tenía la capacidad fundamental, la de amar...
Marina reconocía en su interior, que podía haber rechazado ese inmenso regalo de Dios, y cuando pensaba en esto, lloraba de emoción, pues supo decidir por lo que hoy, daba sentido a su vida. Meditando estas cosas en su corazón, mientras observaba jugar a su hijo, comprendía aún más a Aquella que por haber dado su "sí", exclamaba con alegría:
-"Mi alma canta la grandeza del Señor"-
"El Dios escondido", José Balabanian, Ed. San Pablo
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