domingo

El cuento del mes


“…si todos fueran un solo miembro, ¿Dónde estaría el cuerpo?” (1Cor. 12, 19)


LA PROCESIÓN


Las fiestas patronales están en su plenitud, y la parroquia, como todos los años organizó varias actividades y celebraciones. Hoy es el día de la tradicional procesión por las calles del barrio Comienza la misma, y como siempre están los que participan de ella y los que desde las puestas de sus casas observan su paso.
Entre los que caminan tras la cruz y la imagen de la Virgen, cerca del párroco, está doña Juana. En el barrio, tiene fama de tener mal carácter, ganada por la forma de tratar a sus vecinos, pero en la parroquia se siente “en su salsa” y se considera, desde su puesto de vicepresidente de la junta parroquial, la mano derecha del cura. No se permitiría faltar a la procesión. No lo consideraría ético.
Un poco más atrás, entre los jóvenes, están “Peco” y “Maru”. El primero va orgulloso, alternando los cantos a viva voz y el rezo de las decenas del rosario con fuerza, como para ir guiando al resto de los jóvenes que siempre lo siguen. Se considera a sí mismo un testimonio para los que miran desde la vereda, sobre todo para sus ex amigos, a los cuales dejó de ver al entrar en el grupo parroquial de jóvenes. “Maru” sufre más, no porque no quiera estar en la procesión, sino porque es más vergonzosa y se siente mirada por los vecinos. Igual todos saben que ella no falta nunca en estas ocasiones, pues su compromiso silencioso es conocido y valorado hasta entre sus amigos, más allá de que algunos la carguen por ir a la parroquia.
De impecable traje, camina con el grupo José María, lamentándose de que no se usara incienso y que el cura no llevara la “capa pluvial”, pues aunque no llueva, le daría, dice, mayor importancia a la ceremonia. Resignado, es de los que aceptan a regañadientes el Concilio Vaticano II, añora épocas pasadas y cree que la Iglesia se politizó.
Curiosamente, a unos pasos de él, en vaquero y alpargatas, va Pepe, que por el contrario, cree que la Iglesia todavía no dio muchos pasos en la dirección marcada por el mismo Concilio, y cree que, muchas veces, la predica eclesial tiene mucho de espiritualismo vacío de sentido, que evade el compromiso con la realidad.
Perdido entre la gente va Jorge, con su esposa y su hija. Siempre reflexivo, siente a la procesión como una alegoría de la vida, en la cual, él camina junto a su familia y las demás personas, con sus penas y alegrías, con sus tropiezos y sus pasos firmes, tratando de seguir a Cristo, con las limitaciones y carismas que cada uno tiene, celebrándolo junto a su comunidad, por cierto muy heterogénea, y a la cual quiere mucho.
Desde la puerta de su casa observa doña Marta, que critica por lo bajo junto a su vecina, a Doña Juana al verla pasar erguida al lado del párroco.
Media cuadra más adelante espera el paso de la columna, la abuela Josefa, con un rosario en la mano y muchas vivencias en el corazón.
Desde una de las veredas, dos adolescentes se ríen susurrando cosas entre ellos, mientras que un tercero que está con ellos solo mira y piensa.
Silvia, desde su ventana, medita los dolores que la vida le había causado siendo tan joven. Y sus cuestionamientos a Dios son su oración mientras ve pasar la cruz.
No sé porque este año se me dio por ir atrás de todos y observar, lo que me quita una participación vivencial mas profunda en la procesión. A pesar de eso, una reflexión me invade y me agrada. Me acabo de dar cuenta que todos estamos bajo el mismo cielo, que, con su azul intenso (tan intenso como la vida), parece cobijar a cada uno de nosotros por igual.
RESULTADO DE ENCUESTAS ANTERIORES: